Disfrutar
Por causas variopintas, las distintas regiones españolas mantienen entre sí una recelosa tensión -palabra de moda- que se manifiesta en escrutinios recíprocos, reproches, desconfianzas, codazos, rivalidades, envidias y, en fin, malos rollos, cuando no abiertos enfrentamientos. El ánimo cooperativo, de no mediar interés egoísta por las partes concernidas, está en una situación muy mejorable. El localismo orgulloso -cuando no algo peor- es compatible con el victimismo: somos los mejores, pero estamos muy mal y los otros nos tratan fatal.
Ahora bien, llega la Semana Santa -como luego llegará el verano- y, perdiendo el culo, grandes contingentes de molestos y ofendidos con sus próximos y sus lejanos se echan a la carretera y no dudan en desplazarse de aquí para allá, alabando en los telediarios las deliciosas virtudes y gozos que todas sus regiones de destino tienen. Incluso la siempre denostada Madrid recibe un enorme caudal provincial con urgentes ganas de desbordar la Gran Vía. Allá vamos, a disfrutar de las maravillas que nos ofrecen aquellos que un día antes hemos vituperado. Toda España es un atascado cruce de carreteras, como cruzados estamos los unos con las otras y las otras con los unos en parejas interregionales cuya proliferación no decae pese a las inquinas interautonómicas y el desuso de la mili. Con las regiones ocurre como con las personas. No hay español que no se tenga en gran estima y que, al mismo tiempo, no se sienta injustamente tratado y no esté muy enfadado por todo. Políticos, empresas, jefes, familia, gobiernos, ídolos, famosos, gremios, asociaciones, funcionarios, todos los profesionales y trabajadores del sector propio y de todos los sectores, todo el mundo arruina a diario nuestra felicidad y los ansiados logros de nuestros merecimientos, sea por su incompetencia, sea por su incuestionable voluntad de mermar nuestros derechos y nuestro bienestar. Todo -si no todos- conspira contra nosotros, y así de mal estamos, pero se van a enterar.
Ah, pero llega la Semana Santa -como luego el verano-, y en la barra, o en la terraza, o en la montaña, o en el mar, o en la puerta del museo, o a la entrada del parque temático, o en el claustro de la catedral, o en la cola del centro de interpretación, a toda hora, todo el mundo está contentísimo. Todo lo malo, olvidado. Estamos disfrutando. Hemos venido aquí a disfrutar. Con los niños. Además de tensión, disfrutar es la palabra de moda. ¡Báilalo! Y lo bailamos hasta el amanecer. Manuel Hidalgo, El Mundo 6/3/2018