Caligrafía
La primera versión de
mi columna la escribo siempre a mano. Necesito tener un lápiz o un bolígrafo
entre los dedos para dar sentido al impulso inicial de los pensamientos. Trazar
así el curioso bordado que habita en mi propia caligrafía. Me gusta
recrearme con las formas de las letras que aprendieron
a dibujarse en aquellos cuadernos de mi niñez. Todavía recuerdo los
palotes repetidos, esas líneas que teníamos que copiar y se torcían, el
esfuerzo de mis pequeños dedos trazando las formas de las letras. […]
Muchos de los
documentos históricos que dan sentido a nuestro presente se escribieron con las
caligrafías minuciosas de unas manos. En Estados Unidos algunos padres se
lamentan al descubrir que sus hijos ya no aprenden caligrafía en el colegio, y
que ahora son incapaces de leer el hermoso trazo de las oraciones escritas a
mano. Los pequeños contemplan indiferentes el documento de la Declaración de
Independencia que todos sus antepasados han sabido leer sin problemas. Son
nuevas generaciones solo alfabetizadas con las mayúsculas que habitan en los
teclados y sus minúsculas de molde proyectadas en la pantalla, no saben
reconocer la caligrafía de las letras amanuenses.
Ya no aprenden una habilidad que durante siglos ha sido pilar del conocimiento
y la articulación del pensamiento.
El alfabeto
caligráfico que alberga cada individuo se compone de trazos sutiles que
representan un estilo propio, una huella peculiar y evidente de la expresividad
personal. Saber escribir a mano con letra clara y legible ha dejado de ser
prioridad en muchas escuelas. Ser habilidoso en el teclado es indudablemente
necesario, pero no tiene que significar prescindir del minucioso proceso de la
alfabetización y la caligrafía bien aprendida. Ese arte que hemos heredado de
las escrituras caligráficas de los últimos 2.000 años. Quitarles a nuestros
hijos la posibilidad de existir en la escritura caligráfica, es como no
enseñarles a cocinar y someterles a las industriales comidas precocinadas que
se calientan en el microondas. Ana
Merino, El País, 19/03/2018.