No hay ética sin estética
Se le atribuye al poeta español
José María Valverde la frase 'nulla ethica sine aesthetica', que distingue la
fachada de la Fundación Albéniz, ubicada cerca del Palacio Real de Madrid. No
sorprende tal inscripción en un instituto dedicado a la música, una de las
maravillas de la humanidad frente a la cual intuimos las reflexiones y
sentimientos que llevaron a John Keats a afirmar 'La belleza es verdad, la
verdad es belleza: eso es cuanto sabemos -y debemos saber- sobre la tierra'. De
hecho ética y estética son nombres con raíz etimológica común.
Pitágoras se percató de que las
cuerdas de un instrumento, al ser tocadas en clave, descubrían un patrón matemático en sus vibraciones combinadas, y algunos
historiadores del saber atribuyen a esta afición musical del gran matemático el
puente que le ayudó a concebir el famoso teorema que lleva su nombre. Y
traduciendo el ritmo literario, lo que podría definirse como el equivalente
conceptual de las formas caligráficas, a fórmulas y patrones matemáticos de
estilo, Ignatius Donnelly intentó demostrar que las obras de Shakespeare fueron
en realidad escritas por Bacon. Porque dos personas pueden tener sobre una cosa
idéntica postura intelectual, pero jamás lo expresarán con idéntica belleza.
[…] En la historia, la
evolución del arte refleja la búsqueda de la verdad, y se anticipa a ella. La
imaginación, la intuición, la sensibilidad a las emociones más sutiles, van
destellando luces y marcando un camino imposible de descubrir con la lógica
pura. Y por desbordar la lógica, por aventurarse más allá de los puertos
anclados a la razón, la sociedad marcó de locos a quienes se adelantaron a los
tiempos, a quienes tuvieron el valor de perseguir sueños inexplicables, de
navegar aguas peligrosas, atraídos por la belleza del horizonte.Y la misma
historia, en sus ciclos de mayor materialismo, de oscuridad política, de
desprecio por la vida humana, de negación de principios, nos entrega
-¿coincidencia o inevitable fusión de continente y contenido?-, formas y
estilos que constituyen la negación de la estética, de un culto por la
desfiguración de valores e imágenes, de un homenaje a la fatuidad y la nada,
como esas ropas deshilachadas de prontuariado sorprendido en fuga, ese
estereotipo de modelo famélica y mirada de zombie, ese saludar poco y agradecer
menos, o esos óleos monocromáticos e informes que se han colado en los museos y
salas de arte para concitar más curiosidad -¿genuina o de pose?- que la
Gioconda de Leonardo.
Habrá a quienes les seduce la
idea de que estamos frente a expresiones de un nuevo concepto de belleza. Para
mí se trata sencillamente de la desarmonía, de la fealdad que resulta de una
cultura sin ética ni referencias trascendentes. Jorge Espinoza, La prensa de Honduras, 12/08/2013